Comentario Pastoral
DIOS Y EL DINERO
En los textos bíblicos de este domingo encontramos una clara enseñanza de Jesús sobre el dinero y otra del profeta Amós sobre el comercio injusto. Hoy, por lo tanto, los temas son de palpitante actualidad, pues lo económico afecta a todos; no en vano dice Cervantes: “Cuidados acarrea el oro y cuidados la falta de él”. Hoy muchos predicadores sentirán la dificultad de mantener cierto equilibrio para no caer en demagógicas condenas radicales, llamando a una profunda y serena reflexión: ¿a quién servimos, a Dios o al dinero? ¿Al dinero o al hombre?
Vivimos en una sociedad de la abundancia, del consumo, del desperdicio. Cada año aumenta la producción de automóviles, de televisores y frigoríficos y suben los índices del desarrollo económico de un país. Sin embargo, también aumentan las estadísticas del paro y decrece el poder adquisitivo de muchos. El progreso y los rascacielos están cercados por el hambre y las chabolas.
Amós, profeta incisivo, condena a los ricos comerciantes de su tiempo que pensaban solamente en enriquecerse a causa de los pobres, explotándolos. Qué importante y funesta ha sido siempre la falta de ética en el comercio, la violación de la justicia social, el fraude en vender como bueno lo malo, el aceite de colza como aceite de oliva, alcohol químico adulterado como vino de buena cosecha. La sed insaciable de dinero a costa de lo que sea, el engaño y la explotación de los más pobres no se pueden tapar nunca con una falsa religiosidad y unas limosnas en el templo.
La parábola del administrador injusto no es la canonización de un sinvergüenza. En ella lo que se alaba es la habilidad gerencial de quien ha caído en desgracia y quiere asegurar su futuro; se alaba el empeño por saber afrontar una situación nueva. El cristiano debe tener esta inteligencia y habilidad para acoger la novedad del Evangelio, como gran bien por encima de los restantes bienes de su vida, para evitar equívocos, el resumen de la enseñanza de Jesús es que el problema económico no es el primer problema del hombre, pues el servicio de Dios está por encima de los otros servicios. El dinero puede ser un buen servidor, pero es un mal patrón. “No se puede servir a Dios y al dinero”. De ahí la alta sabiduría de saber ganar, gastar, compartir, y despreciar el dinero.
Andrés Pardo
Palabra de Dios: Amos 8, 4-7 Sal 112, 1-2. 4-6. 7-8 Timoteo 2, 1-8 san Lucas 16, 1-13
de la Palabra a la Vida
Negocios. De eso tratan las lecturas que se proclaman este domingo en la misa. De negocios. Hay negocios en la primera lectura y negocios en el evangelio. Y en los negocios también anda Dios. La cuestión es saber encontrar, entre los negocios, el negocio.
¿En qué consiste una buena gestión? Si cualquiera se puede hacer esa pregunta con respecto a una empresa, grande o pequeña, una vez escuchado el evangelio, con mayor razón: no deja de ser sorprendente la alabanza del Señor al administrador que es despedido porque ha obrado con astucia. ¿Cómo comprar o vender para no escuchar una amenaza, como en la primera lectura, sino un reconocimiento, como en el evangelio? ¿Alaba el Señor las trampas en los negocios? sin dudarlo, no. Pero ese administrador ha sabido descubrir, entre los negocios, el valor del verdadero negocio. Y eso espera también de nosotros el Señor, que seamos capaces de descubrir, entre los negocios de la vida, pues todos tenemos negocios entre manos, que el verdadero negocio consiste en ganar amigos que nos reciban en las moradas eternas. Produce un cierto vértigo el salto que Jesús nos propone en la conclusión del relato evangélico: resulta que mientras negociamos aquí, nos estamos jugando ser recibidos allí, en lo alto. Nuestra mirada a lo material no puede ser materialista: Dios mismo ha asumido un cuerpo para enseñarnos que lo que aquí se nos da, mucho o poco, tiene que servirnos para hacer amigos que nos reciban en el cielo. Solamente una mirada horizontal no es suficiente para nuestra vida. De lo que hacemos y vivimos aquí, se nos abren las puertas a un negocio mayor.
Y sí, el administrador ha entendido que solamente se consigue algo así si uno es capaz de dejar lo propio, de dejar todo lo que tiene para ganar la vida, antes que guardarlo, conservarlo todo, pero perder esos amigos que abren las puertas del cielo. El administrador no entrega, en esa rebaja final, urgente, algo que no era suyo, las deudas a su señor, sino que reniega a la parte de los beneficios que a él le correspondían. Quiere que cada deudor pague a su señor lo que, en justicia le debía, pero quiere que cada deudor no le pague a él el beneficio que, en justicia, iba a cobrar. Renunciando a sus beneficios, a su propia justicia, al ser despedido, él mismo va a encontrar nuevos amigos que lo emplearán y le ofrecerán mayores negocios. Ese será su nuevo y único beneficio.
Por eso, el administrador infiel ha aprendido a ser pobre para poder ser rico, porque sabe que “el Señor alza de la basura al pobre, para sentarlo con los príncipes de su pueblo”, que dice el salmo. El uso de lo que somos y tenemos en el negocio de esta vida nos tiene que servir para hacer amigos en las moradas eternas: un enorme éxito en esta vida pero al precio de enemistarnos con los hermanos, de enfrentarnos con los trabajadores o los jefes, de crearnos envidias con los amigos, no nos abrirá paso a un negocio mayor. Así, no es sólo al dinero, pero a este también, al que tenemos que aprender a no servir. Porque no nos permitiría mirar hacia arriba, a un negocio mayor. ¿Qué negocios me tienen con la cabeza gacha, no me permiten mirar hacia Dios, buscar amistad con Él? Negocios en mi casa, con mi teléfono o mi ordenador, en las relaciones personales, en los estudios o en el trabajo, con el dinero o con las posesiones que tengo.
El domingo es el día perfecto para recordar que el negocio del Señor, de nuestra vida eterna, debe ser atendido en todo momento. Que también nosotros tenemos que aprender a renunciar a lo de aquí por un bien mayor. Ese bien mayor, las moradas eternas, se nos abrirán si administramos lo recibido mirando hacia arriba, entregando aquello que no nos permite levantar el corazón.
Diego Figueroa
al ritmo de las celebraciones
21 de septiembre: San Mateo, apóstol. Fiesta
La llamada de aquel publicano, cobrador de impuestos, para ser discípulos de Cristo, es el punto sobre el que se asienta la fiesta de este día. Es el evangelio que se proclama en la misa del día, Mt 9,9-13. En él encontramos tres momentos: en primer lugar, la llamada a levantarse para seguir al Señor, a la voz de Cristo; a continuación, el banquete, expresión de la comunión y del perdón que Cristo viene a otorgar a los hombres; por último, la conclusión de Cristo que revela que ha venido a salvar a los pecadores.
La llamada del Señor, por lo tanto, es fundamento en la nueva existencia de aquel publicano de Cafarnaún que, constituido apóstol por el Señor, tendrá en adelante que andar como pide la vocación a la que ha sido llamado (primera lectura, Ef 4). En la celebración de los apóstoles siempre es un elemento a tener en cuenta el salmo responsorial, pues este hace referencia a la misión universal que el apóstol recibe: ha comenzado una misión que le va a llevar a los confines de la tierra, a todo el orbe, con un pregón, con un mensaje, la buena noticia de Jesucristo, que viene a ofrecer el perdón a todos, la reconciliación de la obra de la creación con su creador.
Así pues, San Mateo, el evangelista, nos habla, por su anuncio de palabra y por su relato inspirado, de la salvación que Dios había deseado desde el principio: esta, que es un proceso de reunificación, que busca la unidad en Dios, se realiza para nosotros por la fidelidad a lo que creemos y celebramos.
Diego Figueroa
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