Vivir el domingo 3º de Pascua, ciclo B
LUCAS 24, 35-47 Ellos contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Mientras hablaban de esto, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: - Paz con vosotros. Se asustaron y, despavoridos, pensaban ver un fantasma. Él les dijo: - ¿Por qué ese espanto y a qué vienen esas dudas? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y mirad; un fantasma no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo. Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Como aún no acababan de creer de la alegría y no salían de su asombro, les dijo: - ¿Tenéis ahí algo de comer? Ellos le ofrecieron un trozo de pescado asado; él lo cogió y comió delante de ellos. Después les dijo: - Esto significaban mis palabras cuando os dije, estando todavía con vosotros, que todo lo escrito en la Leyde Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí tenía que cumplirse. Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran la Escritura. Y añadió: - Así estaba escrito: El Mesías padecerá, pero al tercer día resucitará de la muerte; y en su nombre se predicará la enmienda y el perdón de los pecados a todas las naciones.
CREER POR EXPERIENCIA PROPIA No es fácil creer en Jesús resucitado. En última instancia es algo que solo puede ser captado y comprendido desde la fe que el mismo Jesús despierta en nosotros. Si no experimentamos nunca «por dentro» la paz y la alegría que Jesús infunde, es difícil que encontremos «por fuera» pruebas de su resurrección. Algo de esto nos viene a decir Lucas al describirnos el encuentro de Jesús resucitado con el grupo de discípulos. Entre ellos hay de todo. Dos discípulos están contando cómo lo han reconocido al cenar con él en Emaús. Pedro dice que se le ha aparecido. La mayoría no ha tenido todavía ninguna experiencia. No saben qué pensar. Entonces «Jesús se presenta en medio de ellos y les dice: "Paz a vosotros"». Lo primero para despertar nuestra fe en Jesús resucitado es poder intuir, también hoy, su presencia en medio de nosotros, y hacer circular en nuestros grupos, comunidades y parroquias la paz, la alegría y la seguridad que da el saberlo vivo, acompañándonos de cerca en estos tiempos nada fáciles para la fe. El relato de Lucas es muy realista. La presencia de Jesús no transforma de manera mágica a los discípulos. Algunos se asustan y «creen que están viendo un fantasma». En el interior de otros «surgen dudas» de todo tipo. Hay quienes «no lo acaban de creer por la alegría». Otros siguen «atónitos». Así sucede también hoy. La fe en Cristo resucitado no nace de manera automática y segura en nosotros. Se va despertando en nuestro corazón de forma frágil y humilde. Al comienzo, es casi solo un deseo. De ordinario, crece rodeada de dudas e interrogantes: ¿será posible que sea verdad algo tan grande? Según el relato, Jesús se queda, come entre ellos, y se dedica a «abrirles el entendimiento» para que puedan comprender lo que ha sucedido. Quiere que se conviertan en «testigos», que puedan hablar desde su experiencia, y predicar no de cualquier manera, sino «en su nombre». Creer en el Resucitado no es cuestión de un día. Es un proceso que, a veces, puede durar años. Lo importante es nuestra actitud interior. Confiar siempre en Jesús. Hacerle mucho más sitio en cada uno de nosotros y en nuestras comunidades cristianas. José Antonio Pagola