En tiempos de Jesús, muchos pensaban que si alguien sufría era porque había hecho algo malo, como si Dios castigara de forma directa. Pero Jesús rompe esa idea. Dice con claridad: ?¿Pensáis que eran más pecadores que los demás? Os digo que no.? El mal, la desgracia o la enfermedad no son castigos de Dios. El sufrimiento no mide la santidad ni la culpa de nadie.
Este evangelio (Lc 13,1-9) nos muestra a un Jesús muy humano y muy realista, que no esquiva el sufrimiento ni lo endulza con explicaciones fáciles. Le cuentan una tragedia terrible: Pilato ha mandado matar a unos galileos mientras ofrecían sacrificios. Y Jesús aprovecha ese hecho ?junto con otro suceso, el derrumbe de una torre que mató a dieciocho personas? para hacernos reflexionar sobre algo profundo: el dolor y la culpa no siempre están relacionados.
Jesús no se queda en negar una idea equivocada. Aprovecha la ocasión para lanzar una llamada: ?Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.? No habla de morir físicamente, sino de morir por dentro, de quedarnos estériles, vacíos, si no dejamos que Dios transforme nuestra vida. En otras palabras: el problema no es sufrir, sino vivir sin fruto.
Por eso cuenta la parábola de la higuera. Una higuera que no da fruto en una tierra buena. El dueño quiere cortarla, pero el viñador ?imagen de la paciencia y la ternura de Dios? pide más tiempo. Dice: ?Déjala un año más. Cavaré alrededor, la cuidaré, la abonaré? quizá entonces dé fruto.?
En esta imagen está el corazón del Evangelio: Dios no se rinde con nosotros. Aunque llevemos tiempo sin dar fruto, aunque repitamos errores o vivamos distraídos, Él sigue cavando alrededor de nuestra vida, sigue cuidando, sigue esperando. Nos da oportunidades, una y otra vez. Pero también nos recuerda que el tiempo no es infinito: la vida pasa, y cada día es una ocasión para florecer.
Este evangelio nos invita a mirarnos con sinceridad y esperanza. A preguntarnos: ¿qué frutos estoy dando? ¿Dónde me estoy dejando cuidar por Dios? ¿Dónde necesito ?cavar? un poco más, ablandar el corazón, abrirme a su gracia? Jesús no viene a condenar, sino a despertar. Nos dice: ?Todavía hay tiempo, todavía puedes dar fruto, todavía puedes empezar de nuevo.? Y esa es, quizás, la mejor noticia: que Dios creerá siempre en nosotros más de lo que nosotros creemos en Él. Porque apuesta todo por cada uno de nosotros.
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