No sé, ya puestos, el Señor podría haber solucionado el problema del hambre en el mundo de una vez por todas, ¿no? Caritas España ha hablado estos días con una serie de datos contundentes, y el relato social no es halagüeño, la precariedad y la falta de vivienda están reconfigurando la estructura social en nuestro país. Pero si el Señor es capaz de saciar a cinco mil hombres, pues ir un poco más allá, abarcar un poco más, tampoco le habría sido tan costoso al Omnipotente, ¿no? Pero parece que lo suyo es acción de proximidad. Llega hasta donde llega su humanidad, y sobre todo no pretende suplantar al ser humano en su trabajo. Por eso a los suyos les dice ?dadles vosotros de comer?. Es curioso, cuenta con nosotros para dar trabajo, comida, dignidad, justicia, a los habitantes del planeta. A Satanás también le dijo que no cuando le propuso convertir las piedras en pan. El Omnipotente se zafaba, curiosamente, de su omnipotencia. Que no quería el lustre de los milagros, que los ponía por delante como signos de su divinidad, pero no de soluciones humanas. Si vas buscando una vida solventada, te equivocas de Dios. Ve mejor a la India, hay miles de divinidades especializadas en problemas reumáticos, en solucionar asuntos de vivienda, en hacerse rico, en garantizarse un amor para siempre, en tener suerte en los juegos de azar, en la promoción laboral. El Señor quiere ser buscado y querido, como cualquier ser humano. Es algo tan sencillo que increíblemente también le pertenece a Dios. He estado hoy con un enfermo que ha sufrido todo en esta vida, y cuando digo todo, es todo. Su vida no ha tenido luces, sólo sombras y nubes negras, y me ha contado que busca que alguien le ponga la mano en la cabeza, le acaricie el pelo y le diga que le quiere de verdad. Asusta tanta simplicidad. Lo dice porque nunca nadie lo ha hecho. Se siente un despojo, como esa nieve que se va poniendo negra cuando se arroja a la cuneta, un juguete roto que tuvo su función. Todos han abusado de él, nadie ha subrayado su valor. Al Señor le pasa lo mismo, hace el milagro de los panes y los peces sólo para anunciar que delante de ellos está el Amante, ése título que decimos en la eucaristía: el Amor de los amores. Nos hace el signo de la multiplicación para que vayamos desarrollando un hambre de Dios. Él quiso que una prostituta le pusiera los cabellos en los pies y se los ungiera con perfume. Esto suena estratosférico, pero es lo que Él mendiga. El pan es imprescindible para vivir, pero una vez que comemos, ¿qué hacemos?, nos levantamos de la mesa y ¿hacia dónde vamos? En las decisiones cuando tenemos la tripa llena está la clave de la vida. Porque el hombre no vive para el pan, sino para hacerse preguntas después del pan. Quizá por eso la comida sea una realidad penúltima, y la respuesta al significado de la vida sea una realidad última. El Señor viene para decirnos ?yo soy la realidad última, detrás de mí ya no hay más puertas que abrir?. El milagro de Dios es su presencia en el interior de cada ser humano, el milagro que Él espera de mí es que yo tenga hambre de Él. No es un juego de palabras. Aquí, o hay relación, o alguno de los dos se queda con hambre.
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